Blanca y Ricky

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Los caminos de la imaginación ofrecen ángulos sorprendentes. Algo así piensa uno cuando ve ‘Blanca y Ricky’, mejor dicho: cuando lee la historia de esta película. Un perdedor que escribe con honestidad feroz y por el camino encuentra los ingredientes de una epopeya que nos recuerda que los ingredientes del éxito en un mundo tan interconectado a veces dependen de seducir a la cabecita apropiada en el momento justo. En las siguientes líneas, interactúan Blanca Suárez, Sipike Lee y Ricky Rubio. Baloncesto y cine ensamblados por una nueva demostración de talento literario a cargo de Josep Pastells.

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Blanca y Ricky

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Josep Pastells

9.julio.2012

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Blanca y Ricky, Suárez y Rubio, pareja explosiva para un relato que sorprende por su ángulo narrativo. Fuentes de foto: www.blanca-suarez.com y nba.com


Spike Lee había leído tantos guiones cinematográficos que, por paradójico que suene, las pocas historias buenas que le llegaban a las manos le parecían rematadamente falsas. El rigor y la sencillez habían dejado de interesarle; las conexiones con la realidad, antes imprescindibles, se le antojaban pruebas irrefutables de la falta absoluta de recursos del escritor que pretendía venderle una ficción.

Tuve suerte, no voy a negarlo. Ni en el mejor de mis sueños sospeché que llegara a leerse el correo electrónico en el que le resumía mi idea, ni menos aún que me contestara al cabo de cinco días reclamándome el guión entero. Incapaz de confesarle que todavía no había acabado de escribirlo, me inventé una tremenda gastroenteritis para poder faltar al periódico y, con la ayuda de un metro cúbico de coca-cola y una tonelada de chocolatinas, dediqué tres días y tres noches a completar las cien páginas que acabé enviándole, un hervidero de aproximaciones utópicas, sonoros encontronazos y situaciones más o menos inverosímiles que, más allá de tener como hilo conductor una cancha de baloncesto transformada en plató, respondían por encima de todo a mi necesidad de hacerme un hueco en Hollywood.

Pronto empecé a sospechar que tantas prisas no habían servido para nada, que mis esfuerzos denodados acabarían chocando contra la evidencia de que seguiría siendo un chupatintas de tercera. Spike no respondía mi email. Pasaron dos semanas. Tres. Un mes. Sepultado por la convicción de que todo había sido inútil, si acaso un bonito sueño con final triste y abrupto, me sumergí de nuevo en mi rutina diaria. De casa al periódico. Del periódico a casa. Sin más alicientes que ver de madrugada los partidos de la NBA o, los sábados más afortunados, salir a cenar con Matilda en algún restaurante de poca monta y, si la diosa fortuna se mostraba espléndida, eyacular sobre sus pechos mientras ella empezaba a concomerse por haber sido, de nuevo, infiel a su marido ausente.

Cuando Spike se puso en contacto conmigo ya casi no me acordaba del guión. Sólo sabía que era un relato edulcorado que mezclaba sudor y glamour, desparpajo y cuerpos de bandera. Y sin embargo le había gustado. Tanto que su mensaje incluía el número de su móvil y la petición de que le llamara cuanto antes. Con el corazón acelerado y las manos sudadas, marqué las cifras mágicas sin dudarlo ni un instante. Lo cogió inmediatamente.

Estaba entusiasmado, me gritó. Ardiendo en deseos de conocerme en persona y de que le dijera quiénes debían ser los protagonistas de su próxima película. Apenas le pude dar las gracias y creo que ni me oyó cuando intentaba decirle que ni siquiera había pensado en ello. Spike se mostraba tan eufórico, tan apremiante, que casi sin pensar me vi obligado a darle los dos nombres que, aún no sé muy bien por qué, acudieron a mi mente y salieron de mi garganta: Blanca Suárez y Ricky Rubio. ¡Blanca and Ricky!, ¡Blanca and Ricky!, exclamó él varias veces, tan exultante que parecía que acabara de revelarle la fórmula para convertir las hormigas en dólares.

Lo que vino después es de sobras conocido. El jugador de los Timberwolves y la actriz de ojos verdes accedieron a los deseos de Spike, que apenas retocó mi historia sobre una joven morena de belleza sobrenatural que presencia casi por casualidad un partido de baloncesto y se enamora sin remedio del joven base moreno de asistencias imposibles.

La trama se complicaba bastante más, por supuesto, y no pienso desvelarla por si acaso todavía no habéis visto la película, aunque estoy convencido de que no hay en el mundo ni una sola persona que ame el baloncesto y no sepa que Blanca y Ricky es mucho más que el título de una película o de un relato, que ‘Blanca y Ricky’ es el resumen de una historia real que mezcla parquet y celuloide, hormonas revolucionadas y talento juvenil. Por suerte para mí, Spike acabó tan contento que me ha nombrado su guionista de cabecera. Ahora vivo en Los Angeles. Con Matilda, claro. Es el poder de los dólares, el poder de la ficción.

 



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