El consejo de Fran

relatos-icono

Cualquier persona puede advertir quién es bueno jugando al baloncesto. Al menos, puede apreciar a aquellos que tienen la calidad esencial: meter la pelotita dentro la canasta. Y a poco que uno esté iniciado, con el análisis de las estadísticas puede deducir (en la mayoría de las ocasiones) quienes han sido los mejores del partido. Puntos, rebotes, asistencias, robos…Son parámetros objetivos que miden la valía y productividad de un jugador. Pero no podemos decir lo mismo de las emociones. Tampoco para hablar de la calidad de una persona. De su habilidad para ser bueno en el terreno de construir relaciones o de afianzar una amistad. Sobre estas premisas, se edifica el sexto relato de Josep Pastells, que nos sigue dando claves de una pachanga entre amigos que ofrece mucho más de lo que se observa en el primer vistazo.

***

El consejo de Fran

Josep Pastells

07.octubre.2010

 

101007_ares_scariolo2

Baloncesto, amistad y enamoramiento, los tres ingredientes del sexto relato de Josep Pastells

encuentran una digna desembocadura en el matrimonio formado por la ex estrella de nuestro

baloncesto, Blanca Ares, y el seleccionador nacional, Sergio Scariolo. Fuente de foto: feb.es.

 

 

Ojalá la vida fuese como el baloncesto, se dice Víctor sin dejar de hablar con Fran camino de la pista donde disputarán el partidillo de los sábados. Ojalá todo o casi todo fuera cuantificable y se pudiera llegar a la conclusión de que eres buenomalo en función de los puntos que anotas, los rebotes que recoges o los pases que das. Pero la vida acostumbra a ser bastante más complicada, lo sabe por experiencia. Suerte que tiene un amigo como Fran, siempre dispuesto a escucharle y a darle buenos consejos.


De todas formas, nunca se cambiaría por él. Fran cree firmemente en la vida en pareja, pero ya ha tenido unas cuantas y es tan arrogante que ni se plantea que puede que la culpa sea suya; da por hecho que son ellas las que no están a su altura, que hasta ahora no ha tenido la suerte necesaria para hallar una mujer con la que compenetrarse a la perfección. Claro que Víctor nunca le dice abiertamente lo que piensa y, como en la cancha de básquet, se limita a hablarle con los hechos, a demostrarle con canastas y asistencias, con guarismos tan elevados como el de las mujeres que se sienten o se han sentido atraídas por él, que juega mejor en la pista y en la vida.


A pesar de todo, tiene que admitir que no acaba de sentirse cómodo en su papel de ligón. Superados los 40 años cada vez tiene menos sentido plantearse que una chica no le debería durar más de una noche y en ocasiones, sin dejar de sostener la tesis contraria, fantasea con la posibilidad de tener pareja estable, o por lo menos intentarlo.


Consciente de sus contradicciones, Víctor  habla y habla sin importarle demasiado que el partidillo esté a punto de empezar y Fran tenga más ganas de jugar al baloncesto que de ponerse en la piel de un colega. Debe admitir, eso sí, que intenta que le aconseje a partir de unas premisas que siempre le ha dejado muy claras y que cuando divaga sobre la opción de crear algo estable lo hace como si fuera una posibilidad tan remota como indeseable.


Dicen que el básquet va bien para evadirse, ni que sea momentáneamente, de los problemas de la vida cotidiana, pero Víctor es incapaz de dejar de pensar en Noemí y en realidad está deseando que el partido que acaba de empezar finalice lo antes posible para que Fran le haga caso de una vez. Puede que su soberbia le impida ver con ojos críticos su propia vida, pero cuando Fran analiza la de los demás es un prodigio de lucidez y Víctor siempre ha hecho mucho caso de sus consejos. Pero por mucho que intenta que le dé alguna pista durante la contienda, que hoy dominan con una ventaja casi insultante, siempre recibe por respuesta un Ahora no que no le impide volver a la carga en pocos minutos.


Aunque ha hecho todo lo posible para que Fran entienda, entre líneas, que se está muriendo de ganas de profundizar con Noemí, la verdad es que sus palabras han ido más bien en sentido contrario, como si su pregunta fuera retórica y su amigo, tras barajar su forma de ser, sus intereses reales y su capacidad de adaptarse a posibles cambios, no tuviera otra opción que aconsejarle que se olvide de esa chica y busque rápidamente a otra para seguir asentándose como un ligón cuarentón. Aún así, cuando el triunfo de su equipo es incontestable (100-88) y, de vuelta a casa, van pasándose el balón sobre la acera, Víctor tiene depositadas grandes esperanzas de cambio en las palabras de Fran, a cuya respuesta piensa aferrarse como si fuera un tronco en aguas turbulentas. ¿Y entonces que hago, tío?, le pregunta. Y Fran, con la misma frialdad que un locutor televisivo que informa de las subidas y bajadas en la Bolsa, le dice “No te compliques, olvídala”.