El día que dos isleños hicieron más valiosa la península de talento merengue: 25 Copa del Rey para el Madrid

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Artículo de Pedro Fernaud Quintana. Han pasado ya tres días desde que el Real Madrid conquistara su vigésimo quinta Copa del Rey. Lo hizo tras un partido trepidante, que se dirimió por pequeños detalles de clase e intensidad. Un partido que explicó con síntesis y acierto mi compañero Juan Luis en la primera crónica Fiebre sobre el evento.

77 a 71 fue el marcador final con el que los blancos derrotaron a un Barcelona en el que Ante Tomic hizo un partido de antología, con 40 puntos de valoración (25 puntos y 11 rebotes). En el Madrid, los más destacados fueron Rudy (26 de valoración), Nocioni (16 y el corazón más infamado que su tobillo en modo patata) y Sergio Rodríguez, decisivo en el tramo final del encuentro con sus canastas y dirección de juego.

En este artículo vamos a reconstruir la historia de un partido muy seguido (la tercera final de Copa más vista por televisión en lo que llevamos de siglo, según los datos que maneja la ACB) y vamos a probar a hacerlo con un toque relajado y tropical. O como se diga.

Mallorca es la reina de las Baleares, un lugar donde lo mismo te pierdes entre los licores brumosos del jazz que aprendes a escuchar las entrañas del Mediterráneo entre cuevas costeras. Tenerife es un continente en miniatura; un subebaja de ecosistemas grabados a fuego por la jerarquía del Padre Teide.

Mallorca es el hogar de Rudy. Tenerife, el del Chacho. Fernández y Rodríguez comparten hitos valiosos en su biografía, como una estancia conjunta en los Portland Trail Blazers, el oro del Mundial de Japón en 2006 o la tragedia griega de perder la Euroliga el año pasado en la final de Milán, en la prórroga, frente a un equipo hebreo rebosante de orgullo competitivo, comandado por el que este año es el entrenador de Lebron James en la NBA.

Con estos antecedentes, se comprende mejor el partido que se marcaron este domingo frente al potente Barça. Rudy dio continuidad a su segundo tercio de temporada y, sobre todo, a su regular rendimiento en la Copa (para un tío con el talento del hermano de Marta Fernández -baloncestista-, regular significa espléndido). En definitiva, se puso el traje de hombre orquesta: robó (5 veces), asistió (5) y anotó (16 puntos). Y, más relevante, lo hizo en los tramos de un partido que descosen un partido a favor de la victoria.

Enfrente, el Bareclona nos recordó el valor de la resiliencia. A día de hoy tiene menos talento consolidado que el Madrid en algunas piezas cruciales de su tablero, bien por bisoñez (Abrines, Hezonja), bien por proceso de adaptación cultural (Thomas), bien por desgaste (Navarro). Aun así, posee algunos jugadores en plenitud y un formidable engranaje táctico.

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Dentro de esa plenitud, Tomic rompió la pana para los blaugrana durante el partido. Rebañaba rebotes con la misma insistencia que mi colega Guardiola (Don Alfredo) pedía su magia a los licores cuando éramos universitarios. Y sumaba puntos a puñados (25 puntos en total), con esa consistencia que le ha hecho uno de los pivots más valiosos del continente y una creciente mala leche, que sin duda se acentúa cuando juega con el Madrid (dadme una exnovia e incendiaré el mundo…).

A su lado, Satoransky, Doellman y Thomas contribuían a poner al Madrid contra las cuerdas en un partido vibrante y elástico. Los blancos se mantenían vivos gracias al talento concentrado de Rudy, la productividad de Ayón y Noccioni y los intangibles de Maciulis, Feiple y Slaughter (convendremos en que una película con un reparto coral tienen menos impacto inicial en la taquilla, pero, si está bien hecha, acaba teniendo más recorrido en el recuerdo de la gente y en esa segunda taquilla que son la vente de los DVDs y la televisión de pago….).

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Con el tobillo de este porte, Nocioni puso 2 tapones vitales

en el curso de la temperatura emocional del partido 

El caso es que nos fuimos al descanso con una ligera ventaja blaugrana (42-41), minimizada tras un curso rápido de última hora en el uno para uno a cargo de Rudy. En la segunda mitad, el tiempo pareció reblandecerse y tuvimos tiempo para experimentar un pequeño ataque de nostalgia, anticipando lo que estaba a punto de diluirse. Tuvimos un recuerdo para el talento coral del Valencia, la arquitectura táctica del Granca, el orgullo competitivo del CAI o el honor de supervivientes del Bilbao. También nos pareció ver, efectos secundarios del semisueño, al ajedrecista Plaza aportando una dosis proporcionada de autoestima a sus lobos andaluces, más talentosos que los gamberros verdinegros de Maldonado, aunque no más irreverentes.

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Sentimos algo así porque el partido empezó a ajustarse. El marcador se parecía a una carrera de Fórmula 1. Cada pequeño adelantamiento en el marcador por parte de uno de los dos contendientes, quedaba neutralizado o matizado a los pocos segundos. Y gente como Llull (el tercer isleño, esperando una mejor oportunidad) se sorprendía botando el balón, con tres tipos empeñados en quitarle la ropa. Complejo de Ursula Andress, decían en los tiempos de mi padre.

Así las cosas, el rumbo de la batalla sólo podía definirse con la fiereza de dar lo que no tienes (como el tobillo de Nocioni poniendo tapones imposibles) y la suavidad y determinación de los jugones; esa raza de animales competitivos que ven las cosas más claras cuando mayor es la presión atmosférica. A esa categoría pertenece Sergio Rodríguez. El Chacho tiró de repertorio y exprimió su habilidad en el pase para abrir ángulos indefinibles en la conexión con el compañero. Así fue como fue orquestando jugadas que hicieron pensar en la belleza suave de su Tenerife natal.

Como emblema de esa facilidad, quedó esa jugada en la que deshizo de sus adversarios con el bote y dejó la bandeja con la izquierda (la izquierda para un diestro en el basket, en situaciones de alta tensión, es como pedirle a Dusko Ivanovic que se presente con un jersey rojo casual en una rueda de prensa. No vamos a decir que sea imposible para el entrenador del Panathinaikos. Pero es difícil. Muy difícil.)

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Supongo que para eso están los Rodríguez y Fernández de este mundo. Para recordarnos que si al talento le sumas casta (así lo expresó Rudy al final del encuentro) y un plan de equipo bien estructurado (sobresaliente en estrategia para Laso, que este año parece estar condensando los aprendizajes de años anteriores, también en el tono en el que se dirige a los jugadores en los tiempos muertos), el éxito se hace más sencillo. Más amigable.

Algo así como lo que hizo Marcus Slaughter (Masacre, con tono admirativo, para los amigos). Emblema de la evolución ganadora de los blancos esta temporada, el gigante elástico californiano se puso a bailar en el Ayuntamiento de Madrid mientras soñaba (sonaba) el viejo himno del equipo madrileño (sí, el de las mocitas madrileñas…). Tradición rompedora. Algo así es el Rey de Copas del Baloncesto Español (25 títulos). Honor también al adversario que casi le iguala (23 copas para el Barça) y para el resto de los contendientes. Y gracias a todos por el espectáculo.

Fuentes de foto: Libertad Digital, Antena 3 y Diario Marca