Kobe Bryant: entrega, honor y excelencia de un samurai de las canchas

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La misma semana en la que nos hemos enterado de que Lebron James ha sido propuesto por la revista Times como uno de los 25 personajes más influyentes del mundo, Kobe está reivindicándose en la cancha como lo que es: un guerrero dominante del mundo de baloncesto. Sin ir más lejos, esta madrugada la megaestrella de los Lakers anotó 31 puntos para guiar a su equipo a la victoria frente a los Millwakke Bucks (118-107). En este perfil indagamos en las contradicciones que jalonan la personalidad de este jugador único, que ya tiene suficientes anillos como para vestir los cinco dedos de su mágica mano derecha, esa gracias a la cual ha sido distinguido en dos ocasiones como jugador más valioso de las finales NBA.


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Kobe Bryant: entrega, honor y excelencia de un samurai de las canchas

Pedro Fernaud

17.noviembre.2010

 

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Siempre alerta, siempre concentrado, Kobe ha trazado una trayectoria única y exitosa en el mundo de la NBA, pero no olvida su infancia romana, a la que homenajea con el viejo lema del imperio romano, que hace suyo: “Veni, vidi, vici”. O lo que es lo mismo: “Llegué, miré y vencí”. Fuente de foto: http://kb24.com/ Página oficial de Kobe Bryant.

 

Todavía quedan unas cuantas leyendas importantes de la NBA por glosar en el mundo del cine. Gente como Wilt Chamberlain, Michael Jordan o Larry Bird, por mentar sólo algunas de las estrellas cuyas aristas personales más juego darían en la gran pantalla. Mientras llega ese momento, es fácil imaginar a un adolescente español del siglo XXII viendo una megaproducción, dirigida por un cineasta indio, que vuelca sus afanes en el relato del hombre que ha dominado la NBA en el primer decenio del siglo XXI.

 

Kobe estaba predestinado para este deporte. Su padre fue jugador de la NBA (compitió por ejemplo con los Philpadelpia 76ers) y se ganó sus buenos dineros oficiando como estrella en Roma, donde Kobe Bean hablaba con normalidad un italiano que todavía hoy emplea. Allí se hizo hincha del AC Milan, y su afición por el soccer perdura.

 

El señor Bryant pertenece a esa generación de jugadores que todavía podían dar el salto al profesionalismo directamente propulsados del instituto (la High School). En su primera temporada no jugó mucho y consignó unas estadísticas que llaman la atención si pensamos en el voraz competidor que hoy día transitas las canchas NBA. En aquel curso promedió 7,6 puntos, 1,9 rebotes y 1,3 asistencias.

 

Después vendría su huracán de éxitos que aquí consignamos solamente de pasada: 5 campeonatos de la NBA, 2 MVP de las finales, 1 MVP de la temporada regular, 3 MVP del All Star. Eso por no mencionar que ha sido escogido en ocho ocasiones para el quinteto ideal de la liga y otras tantas para quinteto defensivo. También ha tenido tiempo de ganar el concurso de mates en 1997 y hace un par de años liderar aquel equipo estadounidense que se colgó el oro en los JJOO de Pekín.

 

Kobe se hizo grande junto a Shaquille. Pero ambos tenían un ego demasiado grande como para convivir en armonía, cosa que sí consiguió el enigmático Phil Jackson en la primera etapa de ambos, cuando el equipo ganó tres anillos. Después vendría su travesía por el desierto. Primero, el proyecto fallido de Lakers megalíticos cuando la franquicia californiana juntó en un mismo equipo a su pareja de estrellas díscolas con Karl Malone y Gary Payton.

 

Luego, en 2003 se fraguó en los foros judiciales aquella acusación de agresión sexual a una joven chica de Colorado, que enturbiaría para siempre su imagen y le haría perder unos cuantos contratos con empresas como McDonalds, Nutella o Ferrero Sp.

 

El resto de la historia de su fulgurante renacimiento ya es conocida por el aficionado medio español. El juego de Kobe fascina porque es un continuo desafío a los límites y el conformismo. Sólo Jordan admite la comparación en cuanto al uno para uno que es capaz de desplegar el talento de Philadelphia. Kobe es explosivo en sus entradas a canasta. Posee una supersónica velocidad de ejecución. Lo hace todo rápido, elegante y efectivo. Tanto sus tiros como sus penetraciones, donde pone en solfa la teoría física de la impenetrabilidad de los cuerpos.

 

Tiene algo de emperador oscuro. Arrogante, pagado de sí mismo, perdonavidas, despiadado con sus rivales, autoexigente hasta decir robótico. Pero al tiempo es creativo en su forma de jugar. Con el paso de los años se ha hecho mucho más generoso en el terreno profesional y personal. Entiende mejor el juego y ha conectado muy bien con nuestro adorado Pau. Ahora habla con lucidez y generosidad de sus compañeros y rivales.

 

Eso sí, sin peder de vista la colosal autoexigencia que le ha llevado al triunfo a él y a su comunidad. Cuando, en el corazón de los play off, Pau Gasol reconocía que iba a perderse unas horas de sueño para ver jugar a su amigo Rafa Nadal. Kobe se lo recriminó en público y le dijo: “No deberías hacerlo. Tienes que descansar”. Así es Kobe un tipo que tiene las prioridades claras (ganar y ganar y ganar) y que prescinde de las diplomacias si estamos hablando de conceptos como honor, triunfo y responsabilidad.

 

En ese sentido, su forma de comportarse (y su origen) evoca la figura de los guerreros samurai japoneses. Kobe se rige en la cancha con un elevado código de honor, que le hace defender su tierra (la canasta) con grandes dosis de combatividad, concentración y entrega. Como guardián que es de la soberanía del espectáculo, no duda en poner en peligro su vida (integridad física) en la defensa de sus elevados ideales de pureza, honor y triunfo. Por eso se ha pasado meses enteros jugando con un dedo roto y una rodilla maltrecha (de la que se operó este verano).

 

Para él los dolores que ambas limitaciones le generaban eran inevitables peajes que debía pagar en su búsqueda de la excelencia, la belleza y la armonía. Es verdad que nunca tendrá el carisma de Magic, ni el talento total de Jordan, ni la interpretación colectiva del juego de Russel, pero a cambio ha demostrado carácter, entereza e inteligencia para forjar su propia leyenda. La leyenda de un samurai del baloncesto que, como sucedía con aquellos guardianes japoneses, heredó el oficio de su padre y ha dignificado este deporte hasta altas cotas de virtuosismo, valentía y espectáculo.

 

Al contrario que ‘el aprendiz’ Lebron, él no necesita autodenominarse el elegido para serlo. El elegido por el trabajo y el talento para gobernar un baloncesto superpoblado de egos y fanfarronería, pero habitado por pocos hombres dados a la ética de trabajo y la evolución personal y profesional. No te rindas guerrero, todavía te quedan muchas leyendas por librar.