Navidad en el Staples Center

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Los caminos de la ficción son inescrutables. Bien lo sabe Josep Pastells, que en esta ocasión hilvana su undécimo relato para Fiebre Baloncesto a partir de materiales reales. La Navidad es un día de ocio y espectáculo en Estados Unidos, donde unos gladiadores modernos llamados jugadores de baloncesto se baten el cobre para entremeter al común de los espectadores que siguen con devoción sus evoluciones. ¿Pero qué ocurre si en la ecuación metemos unas gotas de romanticismo y espontaneidad a la hora de calibrar el aire pegadizo de este deporte de gigantes? Josep Pastells responde con pulso certero y envolvente a esta cuestión a través de unas líneas cargadas de acción, movimiento y…Baloncesto.

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Navidad en el Staples Center

Josep Pastells

29.diciembre.2010

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Ya sea con la selección de USA o con los Miami Heat, ver jugar a Lebron James es un espectáculo que impacta, aún a los recién llegados a este deporte, como le ocurre a la protagonista de esta nueva narración de basket trenzada por Josep Pastells Fuente de foto: paraorkut.com




Cuando acepté la amistad virtual de Chuck, que dio conmigo en Facebook a través de un amigo común, no esperaba que al cabo de tres semanas nos pusiéramos a chatear como posesos, pero debo confesar que el desenlace de nuestra primera cita cara a cara (un auténtico maratón de sexo salvaje en una sórdida habitación de un hotel aún más sórdido de Nueva Jersey) no me ha sorprendido en absoluto. Lo que quizá resulta un poco más extraño es que esa primera cita, nacida de urgencias históricas y de un deseo irrefrenable de comprobar de una vez si existe física y química entre nosotros, tenga lugar justo el día de Navidad, cuando se supone que la gente se reúne con la familia en la placidez del hogar. Claro que ni Chuck ni yo nos sentimos nada unidos con la familia, ni pensamos que la Navidad sea una época del año especialmente memorable.

 

Pero nuestra primera cita es en Navidad y, aunque al principio pienso que no se trata de un encuentro demasiado romántico, ahora empiezo a pensar que tal vez sí lo sea. Las palabras atolondradas del principio desembocan muy pronto en besos torpes y apresurados que, poco después, culminan en oleadas de placer y, por qué negarlo, en orgasmos siderales. Pero si hablo de romanticismo no es por lo que ocurre en el sórdido motel de Nueva Jersey, sino por el episodio que vivimos después. Cuando ya es evidente que ambos estamos saturados de sexo por unas cuantas horas, Ckuck salta de la cama como impulsado por un resorte y grita “¡Alice, los Lakers, me olvidaba del partido de los Lakers contra los Heat!”.

 

Nunca antes había estado en el Staples Center, ni tampoco había presenciado ningún partido de baloncesto. Resulta que Chuck es un fanático de este deporte y de los Lakers, que adora a Kobe y Pau, nombres que pronuncia con una veneración sólo equiparable al estupor que le provoca averiguar que yo ni siquiera les conozco. Llegamos al pabellón una hora antes del partido, tiempo más que suficiente para que Chuck me contagie su entusiasmo por el basket y por un equipo que, por lo que me cuenta, es prácticamente invencible. Empieza el partido.

 

La cara de Chuck y el marcador me indican que los de Miami son más duros de roer de lo previsto. Intento fijarme en Kobe y Pau, pero pronto empiezan a llamarme más la atención Wade y, sobre todo, Lebron James. Menudo cuerpazo. Qué tatuajes, qué músculos, qué eficacia. Lo siento por Chuck, pero es imposible no quedarse flipada con este pedazo de atleta.



Mete puntos, coge rebotes, da grandes pases. No hace falta entender de baloncesto para tener claro que es el rey de la pista, el tarzán del Staples, el auténtico ganador de la noche. “La madre que lo trajo”, lamenta una y otra vez Chuck durante el partido. Y lo repite al final, cuando el 80-96 del marcador no deja lugar a dudas sobre la victoria de los Heat. “La madre que lo trajo”, repito yo, dándole a la frase un sentido muy distinto al que imagina mi amante.