Que no son gigantes, que son molinos

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En un lugar de Barcelona, de cuyo nombre no puedo olvidarme, no ha mucho tiempo que vivía un escolta de los de lanza que las meto, lesión antigua, pelín flaco y fondo corredor. Frisaba la edad de nuestro escolta con los treinta y dos años, era de complexión recia, seco de carnes, barbudo de rostro; gran anotador y amigo de la victoria. Quieren decir que tenía el nombre de Juan Carlos o Juanqui (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se le llamaba la Bomba; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

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Que no son gigantes, que son molinos

por Theobald Philips

8.junio.2012

 

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Fotógrafo / Fuente: Àlex Caparrós / www.fcbarcelona.cat

 Puño en alto, mucha tolerancia al dolor y poca tolerancia a la derrota. Podría ser Drazen Petrovic, pero es Navarro, para el que ser la bomba no es un apodo, sino una definición

 


En un lugar de Barcelona, de cuyo nombre no puedo olvidarme, no ha mucho tiempo que vivía un escolta de los de lanza que las meto, lesión antigua, pelín flaco y fondo corredor. Frisaba la edad de nuestro escolta con los treinta y dos años, era de complexión recia, seco de carnes, barbudo de rostro; gran anotador y amigo de la victoria. Quieren decir que tenía el nombre de Juan Carlos o Juanqui (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se le llamaba la Bomba; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

 

Permitidme, pues, que prescinda de la espectacular anécdota del triple de Marcelinho e incluso de la pésima gestión de la última jugada por parte del Real Madrid (no sólo Llull, también el resto, que en ningún momento fueron al bloqueo ni a atacar el rebote ofensivo), y me centre en el que para mí fue el MVP del partido, el inevitable Navarro. Pues, tras un primer tiempo en el que la Bomba -ni los más viejos del lugar lo recuerdan- terminó con una valoración negativa, cuando todos sus compañeros e incluso su entrenador estaban entregando la cuchara en un mar de infundadas protestas, individualismo atacante y desidia defensiva, cuando el Real Madrid estaba bordando la mejor versión de su Juego Total en ambos lados de la pista, cuando una surrealista jugada (el tropezón de Eidson) parecía marcar quién estaba dentro y quién estaba fuera, cuando eran 16 (43-60) los puntos de desventaja con poco más de un cuarto por jugar, cuando todo estaba imposible, él, que no sabía eso (que era imposible), se puso a tirar del carro y a asumir presencia, a anotar canastas hasta culminar la remontada.

 

Y creo que lo importante no fue tanto el aspecto puramente estadístico, pasar de 3 a 21 puntos o de -2 a 16 de valoración, como el efecto llamada al resto de la plantilla. Quijote sanchificado, Navarro plantó fascitis en la cancha y les dijo a sus compañeros “que no son gigantes, que son molinos”. Y primero Lorbek con un triple, y luego Mickeal, y luego los demás, Sanchos quijotizados por la onda expansiva de la Bomba, dejaron de ver gigantes blancos y los convirtieron en molinos que agitaban inútilmente sus aspas en el aire.

 

En el Madrid,  si prescindimos como decíamos ayer…” de la esquizofrénica manía de convertir en destino eterno lo que haya pasado el último segundo de vida, hay motivos para un objetivo optimismo. Sí, por supuesto después de bordar un juego de matrícula de honor, se desperdiciaron 16 puntos y se gestionó mal la presión ante la reacción culé: se dejaron de meter balones a los sitios donde se habían conseguido ventajas, haciendo que el apretón defensivo de los locales no se tradujese en las oportunas faltas; en mi otra teoría de vasos comunicantes, al bajar el pistón en ataque se relajó la hasta entonces brillante defensa (¡Tomic sacando balones del aro, Carroll poniendo tapones!) echando gasolina en el fuego que había encendido la Bomba; etc., etc. Pero lo cierto es que al principio del partido, sin poder correr, se jugó contra la panzerdivision azulgrana de poder a poder, manteniendo la igualdad primero y ventajas de 3 a 5 puntos después, de forma consistente. Se confirma la recuperación de Velickovic yel Chacho, Tomic domina la zona, Carroll ha vuelto y Singler ha cuajado uno de sus mejores partidos de la temporada. Es decir, hay mimbres para que no haya que cambiar radicalmente los pronósticos, crucificar a nadie ni desesperar de alcanzar el título.

 

Ayer, los aficionados al baloncesto, si prescindimos del color de nuestras camisetas, tuvimos el privilegio de ver un grandísimo partido de baloncesto. Y, lo que es mejor, tuvimos un augurio de que nos espera una final que no va a desmerecer en nada a la estupenda serie Real Madrid-Baskonia. Los jugadores están por el espectáculo (las defensas son buenas pero el tanteo es alto), los entrenadores están por el espectáculo (pocos tiempos muertos ayer, curioso), hasta los árbitros están por el espectáculo, haciendo por primera vez un verdadero arbitraje de playoff (con fallos, sí, pero también falló Lllull, y Navarro, y Laso, y Pascual,…). Dejemos pues que sean sólo la ACB y Teledeporte los que no quieran el espectáculo con el esperpento horario, y preparémonos para disfrutar.

 

81-80, por méritos, el resultado fue justo; tan justo como hubiera sido un 80-78, 82-81 o aquel otro resultado que hubiera dado la victoria a los blancos en ese último minuto. Sólo el hecho de que Huertas colara su canasta y se lleve las portadas y el grueso de las crónicas fue una injusta jugarreta del destino, porque el Real Madrid se mereció perder por el triple marrado en la jugada anterior por el de Sant Feliu de Llobregat. El hombre que descubrió que no eran gigantes, que eran molinos.

 



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