De Mahón a la eternidad

Mayo de 2007. Joan Plaza reparte los minutos al timón de su Real Madrid entre dos bases de nivel y perfectamente compatibles: el talentoso Raúl López y el competitivo y carismático Kerem Tunçeri. Con todo, su preparador físico (Tarragó, experto conocedor de todo lo que ocurría en la órbita de Manresa) le pone tras la pista de un chico que daba sus primeros pasos en Leb Oro, y que transitó durante su debut en la segunda competición del baloncesto nacional muy lejos de las expectativas iniciales. El instinto de Plaza le habló claro: pese a que todo apuntara a lo contrario, merecía la pena acometer un fichaje que sería un proyecto formativo a medio/largo plazo, uno de esos retos que tanto apetecen al coach barcelonés.

En aquel Madrid campeón de Liga y ULEB (y finalista de la Copa del Rey), el último gran equipo del club hasta la llegada de Pablo Laso, aterrizó con 19 años Sergio Llull. Y la paciencia de Plaza y de su cuerpo técnico en la formación técnica del chico a fuego lento, nada común dentro de la agobiante rutina de un monstruo insaciable devorador de entrenadores como la organización merengue, explica mucho de lo que sucedería después.

Aprendiendo donde la paciencia es un milagro. Fuente fotografía: acb.com

 

El entonces escolta, siempre explosivo en lo físico pero con lagunas evidentes en pase, bote y tiro, ha evolucionado con los años en un espécimen único tanto en el baloncesto europeo como en la sempiterna historia del Real Madrid. Playmaker agresivo y vertical (amparado en esa exhuberancia que nunca se fue), pero también capaz organizador y buen tirador y defensor. Y sin ningún miedo a jugarse los lanzamientos definitivos, ni siquiera en el ecosistema de una plantilla trufada de excelentes jugadores. 9 años de carácter y progresión constante, de canastas sobre la bocina y de estar a las duras y a las maduras, de compromiso y de títulos (4 Ligas, 4 Copas del Rey, 1 Euroliga, 1 ULEB, 1 mundialito, 3 Supercopas…): tras desoír la llamada de los Houston Rockets, Llull enriqueció aún más su leyenda acaudillando al Real Madrid en la última final frente al Barcelona.

MVP de la gran cita liguera por segunda vez consecutiva, logro mayúsculo únicamente en poder de un extraterrestre como Arvydas Sabonis. Hoy, el gigante lituano ya tiene compañía en ese trono tan exclusivo, la de un trueno de 1.90 metros que asaltaría un aro custodiado por Sabas sin atisbo alguno de duda en su furibunda mirada.

4 Ligas para una leyenda viva de la ACB. Fuente fotografía: realmadrid.com

 

3 partidos anotando 20/+ puntos en la final contra el equipo de Pascual (resueltos todos con victorias para los suyos), y un gran doble-doble (14 puntos y 10 asistencias) en el inaugural en el Palau (derrota sobre la bocina). Todo los partidos de los playoffs por encima de la decena en producción ofensiva propia, amén de liderar puntualmente la defensa exterior de la perezosa escuadra de Pablo Laso. Sergio ha sido parte fundamental en esa refundación de la sección ideada y ejecutada por el entrenador vitoriano, asumiendo desde los inicios una coexistencia dulce con un prestidigitador canario en un perímetro de talento pocas veces visto en la historia del baloncesto europeo. Con el Chacho debutó en la Final Four de la Euroliga, en plena tormenta institucional con dimisión de Messina y sucesión extravagante de Emanuele Molin, y con el Chacho se plantó otras 3 veces consecutivas en la gran cita continental, desafiando a la derrota hasta reverdecer laureles que el club no se colocaba en la testa desde tiempos de Sabonis. De nuevo la grandiosidad del gigante cruzándose en la trayectoria profesional del menorquín.

La piernas de Llull y su confianza a prueba de terremotos le han catapultado desde Mahón hasta la eternidad…

@Juanlu_num7