La redención del profeta

«Let the rain wash away

all the pain from yesterday.»

 

El mayor erial del deporte estadounidense llevaba más de 5 décadas afincando en Cleveland. Desde que los Browns se hicieran con el título de la NFL en 1964, las decepciones se apilaron hasta sepultar bajo ellas a generaciones de aficionados, los mismos que han asistido en la última era al advenimiento, traición y promesa de redención de su Mesías. El chico de Akron que les devolvió a la primera plana mediática y les condujo hasta sus primeras finales de la NBA en 2007, el mismo que les abandonó jugando con sus emociones en la tan justamente recriminada The Decision, para regresar después con la promesa de dejarse la vida deportiva por ver a su hogar en la cima: Lebron James fue siempre el asidero de la ilusión en The Buckeye State.

Pero, por si una maldición con 52 años de vigencia no era suficiente, otro formidable enemigo se interponía entre joya y juggernaut. Un conjunto histórico, que destruyó las Tablas de la Ley del baloncesto a golpe de ritmo y triples desde todos los ángulos y distancias. Tras superar a un colosal (y quijotesco) Lebron en las pasadas finales, los Golden State Warriors de Steve Kerr repetían viaje dejando algunas pequeñas dudas por el camino de la postemporada, pero con el pantagruélico logro de las 73 victorias en regular season como muestra de un poderío nunca antes presenciado.

Los Cavaliers presentaban un arsenal mayor esta vez, con las vergüenzas defensivas de Love al desnudo (imposibles de esconder ante los quintetos bajos y versátiles de los californianos) pero con Kyrie Irving y su talento a la hora de generarse sus propias canastas al servicio del monarca. Y, pese a ello, se hallaban 3-1 abajo en la serie. Un muro insalvable en la historia de la final de la NBA.

Insalvable, hasta ahora…

Porque James y su orgullo no podían aceptar una nueva decepción, y desataron todo su poderío físico y técnico sobre los fastuosos Warriors. Cada gesto, cada acierto desde media y larga distancia, cada irrupción imparable en la pintura, cada tapón fulgurante sobre Curry… cada pequeña victoria era una piedra más, en pos de la remontada que ningún otro equipo había logrado.

«I came for a reason, and that´s to bring a championship to the city of Cleveland.»

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Lágrimas de campéon. Fuente fotografía: washingtonpost.com

109 puntos, 35 rebotes, 29 asistencias, 9 robos de balón y 9 tapones: la producción bruta generada directamente por Lebron en los últimos 3 partidos de la final se ha llevado por delante como un vendaval a Curry, Thompson, Kerr y a todos los Warriors. Los 41 puntos por cabeza de Irving y de The King posibilitaron el que la serie retornara a Cleveland tras el 5º partido, y el triple-doble antológico del #23 acabó ayer con el eterno maleficio en el séptimo. Ambos en el intimidante Oracle Arena. The Chosen One se echó todo un estado a sus espaldas, para dejarlo en el lugar que sus gentes ansiaban y cerrar el círculo iniciado en aquel draft de 2003 cumpliendo con su promesa de hace dos veranos.

Los mil recursos de Irving, la voracidad reboteadora y actividad defensiva de Thompson, el trabajo y rachas de acierto de J.R Smith, la humildad de Love en la aceptación silenciosa de su nuevo rol… la victoria tiene muchas caras, pero ninguna como la del injustamente catalogado como eterno perdedor hasta hace unos pocos días. James no es Jordan, ni Magic, ni Bird, ni Kobe… Ni falta que le hace. Tiene un poco de todos ellos y ha logrado algo que ninguno logró: ser profeta en su tierra, aprendiendo de sus errores por el camino.

Y, si existe la plenitud, debe ser algo muy parecido.

@Juanlu_num7