The End

El orgullo, combustible primordial de la histórica trayectoria deportiva de Kobe Bryant, sufre sin medida, atrapado en un cuerpo muy limitado por las lesiones y el desgaste inherente a 20 años en la élite. Las piernas se muestran incapaces ya de dotar al genio de Philadelphia del impulso necesario para embocar tiros imposibles como antaño (30.4% de acierto en sus lanzamientos de campo en el nuevo curso, 22% si nos centramos en los triples), y la ambición impide que La Mamba abandone el protagonismo de esa función sin orden ni concierto que son estos Lakers de Byron Scott. El equipo y sus jóvenes talentos eran cautivos de Kobe, y Kobe se encontraba a la vez confinado en la cárcel de su físico: había llegado el momento de anticipar la despedida.

Un torrente desbordado de recuerdos y sensacionales noches que pasaron a los libros de excelencia individual de la NBA, esa fue la reacción del que escribe al conocer la noticia y leer el poema breve de Bryant. Desde el 13er puesto de aquella fantástica camada de novatos de 1996, pasando por la tumultuosa dinastía que su compleja coexistencia con O´Neal impidió ampliar en el tiempo, hasta las 3 finales consecutivas junto a Pau Gasol: 20 años maravillosos que ni 5 anillos de campeón, ni un MVP de la liga regular, ni 2 MVPS de las finales, ni 17 presencias en el All Star Game, ni 11 inclusiones en el mejor quinteto de la temporada y 9 en el mejor quinteto defensivo, ni ese tercer puesto en la lista de anotadores históricos son capaces de sintetizar.

Porque es posible amar el baloncesto coral que tan bellamente interpretan los Warriors en la actualidad (y muchos otros conjuntos anteriormente), guardando a la vez como tesoros esos cursos en los que Bryant alcanzó la cima del éxtasis ejecutor individual. Esa temporada 2005/2006 saldada con unos alucinantes 35.4 puntos de promedio, arrastrando a un equipo mediocre hasta los playoffs y dejando por el camino regalos como los 81 puntos anotados ante los Toronto Raptors, o los 62 en tres cuartos frente a unos muy superiores Dallas Mavericks acaudillados por Dirk Nowitzki. Y tantas otras erupciones imparables, arrasando a equipos enteros como la incandescente lava de un poderoso volcán desatado.

 

«But you only need the light when it´s burning low

Only miss the sun when it starts to snow

Only know you love her when you let her go.»

Let her go – The Passenger 

 

De aquí al mes de abril todos los pabellones de la liga mostrarán su respeto absoluto hacia uno de los más grandes intérpretes de esa gloriosa sinfonía que es nuestro juego. El rival más odiado, el trabajador incansable, el orgulloso cañonero, el asesino sin piedad ni temor en los instantes decisivos, veía la semana pasada como la sufrida parroquia de su Philly natal, la misma que le abucheó sin piedad tanto en las finales de 2001 como a la hora de recoger el premio al MVP del All Star Game en 2002, rendía tributo a su figura.

Porque no valoramos de verdad a las personas hasta que se han ido.

Ha sido un verdadero placer el acompañar a Bryant en esta aventura de dos décadas, siendo testigo de su proceso de evolución personal (desde el chaval aislado emocionalmente del resto del róster al veterano líder vocal, pasando por los recurrentes problemas de ego desmedido que le hicieron chocar con Shaq y con tantos otros) y profesional. Con sus virtudes y sus defectos, es hora de que todos tomemos perspectiva y valoremos como se merece el legado de un deportista inolvidable.

@Juanlu_num7