Trigonometría

Baloncesto Sevilla estrenó su casillero de victorias esta temporada en un partido agónico contra un Montakit Fuenlabrada que nunca bajó los brazos (79 – 81) [Foto Portada: Alba Pacheco / EnCancha.com]

Trigonometría
Theobald Philips

(Foto: Alba Pacheco / EnCancha.com)

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Dicen que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta pero, en baloncesto, eso no es verdad. En nuestro deporte, un juego entregado a la matemática, la distancia más corta entre la mano y la canasta es la parábola, una curva que va integrando senos, cosenos y tangentes, la fuerza de la gravedad, la aceleración, la resistencia del aire y el movimiento rotatorio que le imprime el último golpe de las yemas de los dedos al cuero. Sí, no es la estadística, por muy avanzada que sea, la que va a decidir el resultado de un partido, porque esa ciencia solo nos puede contar lo que ha pasado, sino la trigonometría, el juego de los ángulos y, sobre todo, la balística, la trayectoria que describirá el balón para elevarnos a la gloria o hundirnos en el fracaso.

Sí, la estadística avanzada puede contarnos medias verdades como que el triple es el tiro más eficiente pero si, como le ocurrió al Montakit Fuenlabrada en el primer cuarto, te entregas a él con demasiada profusión, sin calcular antes cual es la altura o la fuerza necesaria para que la parábola no sea perfecta, sino que el proyectil decelere en el momento justo para que la fuerza de la gravedad haga caer el balón a través del aro, te encontrarás con que poco tu enemigo va aumentando las distancias a costa de tu empecinamiento (7 tiros de 2p por 10 3p). Porque además no es la estadística, sino la trigonometría, la que puede calcular que, si el ángulo de tus rodillas al defender se aleja de los 90 grados y se acerca peligrosamente a los 180, el talento de Bochi Nachbar o la envergadura de Ondrej Balvin te van a superar una y otra vez, haciendo que te encuentres al final del primer cuarto con un preocupante 17 – 29.

En esa tesitura, solo quedaba una opción: disminuir la distancia desde la que el proyectil se dispara, acercarse al aro para que la curva a describir sea más pronunciada, darle el balón a Josip Sobin para que, con un pie clavado en el parquet como el punzón de un compás, trazara un semicírculo perfecto desde el que lanzar su gancho en suspensión, cuanto más alta y cerca la mano del círculo de hierro menos tendrá el cuero que vencer la ley que Newton le dió por descubrir. Abierto el peligro en la pintura, quedó más liberado Ernest Scott que, con su peculiar muñeca, pudo por fin escribir las funciones que dan precisión al tiro lejano. Sí, cuanto más de cerca, mejor de lejos, los ángulos cerrados permiten abrir el arco de las posibilidades. Por otra parte, la juventud de Rolands Smits y Chema González acortaron el seno del ángulo que separa los glúteos del suelo, y los balones de Sevilla ya no podían llegar tan cómodos a las manos que incomodan el marcador. Solo Alfonso Sánchez, una y otra vez, fue capaz de encontrar el agujero que los naranjas, impecables en la agresividad y la recuperación defendiendo en lo alto de la zona, dejaban en los laterales de su retaguardia, dedicándose a dibujar un gran partido a base de trazar un arco oblicuo desde la línea de fondo hasta el centro de la zona, para dar respiro a los suyos con bandejas lanzadas por encima de su cabeza con el brazo contrario (43 – 44).

(Foto: Alba Pacheco / EnCancha.com)

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Repasemos las lecciones: la parábola desde el tiro de tres depende del cálculo preciso de una trayectoria, para lo que necesitamos tiempo, el tiempo que nos da la amenaza interior. La efectividad defensiva depende del empuje agresivo hacia delante y del ángulo en que se flexionen nuestras rodillas. Como el mal estudiante, Montakit Fuenlabrada suspendió el control del inicio del tercer cuarto, permitiendo que los de Luis Casimiro, con sobriedad y defensa, volvieran a estirar el marcador hasta los 10 puntos (43 – 53). Tocaba recuperar, dejar que el tiro corto y el rebote de Sobin abrieran espacios para la trayectoria zigzagueante de Tabu, para la parábola desde el 6’75 de Scott o Urtasun, cada día más empeñado en hacer difícil a la dirección deportiva de su equipo la decisión a adoptar cuando Llorca se recupere. Restablecida la armonía de los ángulos, el marcador volvió a estrecharse (62 – 58).

Scott, jugador de los que se pone nervioso cuando lleva mucho sin tirar y que, correlativamente, se enciende cuando tiene presencia en los esquemas, continuó con su clase maestra de balística externa, ayudado por el motor diésel de Smits que, una vez ha calentado, es capaz de dominar todos los ángulos. El marcador se volteó y, a mitad de camino hacia el final, sonreía a los locales (73 – 68). Pero sevilla demostró el por qué, mirando su plantilla antes del partido, nos sorprendíamos de su balance de 0 -4. Separado el alocado Miljenovic del juego por el contundente Anderson, con bronca de su entrenador incluida por sus malas decisiones, el balón volvió a encontrar la vertical de las manos de Balvin y la trazada de Sánchez desde el lateral, una vez más, para ganar mansamente el centro de la zona. Los nervios cundieron entre los de Tabak, sin que la mano pudiera ya dibujar con precisión las líneas de pase y tiro: dos libres fallados por Tabu, un robo a Sobin tras controlar el rebote defensivo y una pérdida de Urtasun, dieron a Sevilla ventaja en el marcador ganando Ondrej Balvin por partida doble, quizá por primera vez en todo el partido, el pick&roll a sus defensores, para machar un 79 – 81. Sin embargo, aun con el balón en poder de los visitantes y quedando solo 8 segundos por jugar, el irreductible Fuenlabrada, el equipo en el que todos y nadie destaca, no se rindió.

Las rodillas llegaron a los 90 grados, las manos hicieron tangente a todas las líneas de pase, los cuerpos interceptaron las trayectorias de los rivales que buscaban ganar el espacio libre. Berni, impotente en la banda, no pudo poner el balón en juego en los preceptivos 5 segundos y la locura estalló en las gradas. Aun había partido. El balón llegó a Marko Popovic, el hombre que controla el partido incluso sin balón, el cerebro electrónico de este Montakit Fuenlabrada; la situación ideal, el mejor hombre con la bola. Popovic atacó sin piedad a Balvin, víctima propiciatoria del juego de bloqueos y cambios, superándole para ganar la perpendicular hacia el tablero, disparando la mano al hacer secante con el semicírculo de los tiros libres en un homenaje lejano al finger-roll de Iceman Gervin. La bola, con movimiento rotatorio inverso al de su trayectoria, se elevó, describiendo un movimiento parabólico casi perfecto, pero que solo sirvió para que, paradojas de la trigonometría, el croata pudiera descubrir, para desolación propia pero entre gritos de ánimo de toda la grada, la diferencia entre círculo y circunferencia.