El ADN coincidente de los mitos del baloncesto

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Como nuestros lectores más ‘científicos’ ya saben, el ADN es una macromolécula que contienen todas las células de nuestro organismo en la que está contenida la información genética usada en el desarrollo y funcionamiento de los organismos vivos conocidos y de algunos virus, siendo el responsable de su transmisión hereditaria. Llegados a este punto, surge la inevitable pregunta: ¿el talento, el genio, se hereda? O, para ser más concretos, existen algunos rasgos comunes entre la gente con más habilidad para dominar el baloncesto. Dada la magnitud de la pregunta, vamos a excluir los factores físicos, técnicos y tácticos para centrarnos en la vertiente mental de esta cuestión. La revista Gigantes está celebrando sus 25 años de historia con la recuperación de algunas entrevistas y reportajes hechos a los mitos recientes. Gente como Petrovic, Sabonis, Norris o Magic Jhonson. Y sí que parece haber algunos nexos comunes en su manera de pensar y actuar.

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El ADN coincidente de los mitos del baloncesto

Pedro Fernaud

 

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Arvydas Sabonis triunfó en la NBA, la ACB y el planeta FIBA. Sus pases, poder intimidatorio y

facilidad anotadora perduran en la memoria colectiva. Fuente de foto: nba.com.


Los textos de la mítica revista son muy reveladores sobre la personalidad de sus entrevistados. Petrovic adoraba ganar, también los ceros de su chequera (cómo casi cualquiera, tampoco nos vamos a poner ahora moralistas, pero choca la naturalidad con la que él exhibía esa ambición). Era un tipo tímido. Pero por encima de todo llamaba la atención la extrema confianza que tenía en sus posibilidades. “Triunfaré en el Madrid”, venía a decir en aquella lejana entrevista a Miguel Panadés. Y cumplió su palabra. No así su contrato con el Madrid, equipo que él pensaba le pondría en las faldas de los JJOO de Barcelona.

 

Por su parte, Sabonis estaba exultante cuando lo entrevistaron tras conquistar la medalla de oro de los JJOO de Seúl. Era el año 88. Arvydas llevaba año y medio sin poder jugar a resultas de una rodilla que tenía hecha lejía. Sin embargo, el mítico Alexander Gomeski (que algún tiempo después entrenaría al Baloncesto Tenerife) confió ciegamente en él. Lo convocó, lo mimó, le dio minutos y confianzas…Hasta que el zar le respondió comiéndose con papas, entre otras cosas, a un marine intimidante llamado a hacer historia en la NBA. Un tal David Robinson que más de una década después llevaría a los San Antonio Spurs a la consecución de los dos primeros títulos (1999 y 2003) de los cuatro que ha logrado la franquicia hasta ahora.

 

El documento pone de relieve la crudeza del sistema soviético (los jugadores no tenían ningunacapacidad decisoria sobre su futuro). También la lucidez y humildad de Arvydas. En aquel tiempo, el gigante lituano (2’20), que jugaba con la visión y la facilidad pasadora de un base, ponía en solfa que algún día pudiera llegar a la NBA y se conformaba con poder competir con cierta regularidad.

 

Algo que no sólo consiguió. También jugó siete años para los Portland Trail Blazers. Lástima que las lesiones en la rodilla y el tendón de Aquiles limitaran severamente su movilidad. La mayoría de los expertos coinciden en que con sus cualidades podría haber marcado una época en la NBA.

 

A tanto no podía aspirar un Audie Norris en plenitud. Pero no es menos cierto que sí que con su juego marcó un reinado en la ACB. Hoy día cuesta creerlo escuchando su macarrónico castellano y viendo su evidente sobrepeso, pero en su día Norris marcó un estilo y una época. Lo hizo con violentos rebotes, anotación fluida y un instinto ganador que le hacía jugar apreciablemente mejor en los partidos más decisivos. El tío Audie hablaba del Barça como lo hacían en su momento los adolescentes de Marylym: puro deslumbramiento. “El Barça es el mejor equipo de Europa, el Barça son los Lakers de Europa…”. Eran mediados de los años 80. Ha pasado un cuarto de siglo y sus palabras parecen ahora más ciertas que en aquella época. Visionario Audie. En ese detalle coincidían todos los protagonistas de este reportaje, para ellos su equipo era el mejor. Interiorizaban tanto esa convicción que al final jugaban con un fuego competitivo que llevó a muchos títulos y logros a los clubes para los que jugaron.

 

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Parte del secreto de la grandeza de Magic, su carisma y compañerismo, su magia en pista,

encuentra parte de su explicación en la localidad en la que creció y en la familia

en la que se forjó. Fuente de foto: nba.com.


Hablando de los angelinos, Gigantes visitó en su momento Lansing (Michigan), una pequeña localidad que meció a un gigante llamado Erwing Jhonson. La respuesta acerca del señor del show time era siempre la misma: “Es un buen chico”.

‘Magic’ Jhonson era el receptor de la curiosidad de los periodistas ‘spanioles’. Los lugareños señalaban su buen carácter pero no parecían tener gran interés en seguir sus hazañas como mago del baloncesto. Así las cosas, el reportaje desvela que ‘Magic’ tuvo una abundante camada de hermanos (nueve) y una madre amantísima que hablaba de él con veneración. Un chico que aprobaba con holgura los exámenes del instituto.

 

Y que cuando se estresaba en el trabajo, le pagaba el billete de avión a su madre para que le cocinara sus delicias favoritas. En un ambiente tan apacible como el de su pueblo, Magic hizo de la práctica del baloncesto una enfermedad. Una necesidad diaria a la que consagró innumerables horas. Ahí estaba su lugar en el mundo. Y no uno cualquiera. Uno en el que ser importante. Especial. Como lo ocurría a Petrovic, los protagonistas de este relato coral exploraron hasta la extenuación su don y tuvieron premio.

 

La  gloria acostumbra a trabajar a favor de los más insistentes. Así pues, los más grandes eran-son estajanovistas del trabajo diario, carismáticos, espontáneos y fueron-son tocados con una varita mágica llamada talento. Y es que a veces la fiebre por este deporte puede ser el primer escalón hacia el éxito. El segundo, otra coincidencia de cracks, era una enorme confianza en sus posibilidades. Ya lo dijo el gurú zen, si confías creces; si confías, todo es un poco más fácil.