Enemigos Íntimos

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Dos ciudades antagónicas. Una manera opuesta de concebir el juego. Así se presenta la final de la NBA de este año, que promete poner en buena forma las audiencias televisivas de la liga de deporte profesional más global del planeta. David P. Moreno pone de relieve su buena mano para narrar con destreza e ingenio y nos ayuda a entender la trascdencia de la rivalidad entre los dos mejores equipos de la historia de la NBA. Los Lakers son los vigentes campeones de la liga y parten con el factor cancha a su favor. Por su parte, los Celtics exhiben mejor palmarés general: 17 anillos por 15 de los angelinos; y particular, ya que han ganado 9 de las 11 finales que han enfrentado a ambas franquicias hasta ahora. Será la final del equipo (Paul Pierce, Rajon Rondo, Ray Allen, Kevin Garnett, Kendrick Perkins…) frente al glamour de dos megaestrellas, Kobe Bryant y Pau Gasol, y una leyenda viviente en los banquillos, Phil Jackson. Pasen y lean.

 

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DIOSES vs. MONSTRUOS (Cuando el Sol Californiano amenazó con derretir para siempre la nieve de Nueva Inglaterra)

David P. Moreno


 La mitología de la NBA se alimenta derivalidades ancestrales, de esas que se pierden en el tiempo y la distancia. Desde que Jordan se retiró por última vez, las audiencias cayeron en picado y las televisiones pedían a gritos un giro argumental definitivo, que volviera a clavar a los espectadores frente a sus receptores HD (o tridimensionales), en busca de un digno final de temporada, más cercano al de “Los Soprano” que al de “Perdidos”.

Una vez más, y ya van 12, Lakers y Celtics volverán a medir sus fuerzas para dilucidar quién tiene que implantarse un nuevo dedo para poder estrenar el anillo del curso baloncestístico 09/10. Esta vez los Lakers tendrán ventaja de campo frente a los Celtics más a vuelta de todo de la historia, el puente aéreo LAXLoganvolverá a colapsarse en busca de un Coast to Coastimposible.

La Capital de Nueva Inglaterra es una ciudad de la que es imposible no enamorarse. Gracias al “Big Dig” Gallardoniano, la ciudad a un scalextric pegada de los 80, se convirtió en una armoniosa urbe de tamaño medio; en la que los parques, las casas victorianas, los rascacielos y el Río Charles, conviven con la misma naturalidad con la que te puedes beber su noche, acompañado de sus dos parroquianos más ilustres: el Tío Jameson y la Tía Murphy’s.

El traspaso de Gasol a Lakers me pilló en un autocar de Peter Pan camino de NYC. Gracias a la tecnología tribanda y, sobre todo, a un ilustre cronista de esta página, pude conocer en tiempo real que el mejor baloncestista español de la historia, jugaría en mi equipo de toda la vida: los Lakers de Magic, de Kareem y de Wilt Chamberlain. Aquel viernes 1 de febrero, empezamos a asimilar que ver a un español levantar el trofeo de campeón de la NBA, dejaba de ser una entelequia y se convertía en una apuesta probable, de esas que ya no te hacen rico en Internet.

Cuentan que durante los Play-Offs, en el viejo Boston Garden había barra libre de calefacción para el vestuario visitante, sobre todo si sus inquilinos eran los Lakers. Un equipo cuyos valores (o la total ausencia de ellos) representa todo lo que se odia en la vetusta Massachussets. La cuna de la sabiduría de las Harvard, M.I.T … detesta profundamente el halo de glamour hollywoodiense que desprenden las gradas del Staples y que antaño presidían los asientos del viejo Forum de Inglewood, ubicado en el barrio en el que se crió Paul Pierce, el jugador más grande que ha vestido la casaca de los Celtics desde la retirada de Larry Bird.

Las finales presentan pronóstico reservado, al enfrentarse los últimos dos campeones, el hambre de títulos y de gloria ya no será un factor determinante. Esta vez, en el parqué se medirán dos formas de ver el universo, la vida y el baloncesto. Dos ciudades… dos costas… el viaje al fin de la noche de un rejuvenecido cementerio de dinosaurios, frente al mejor jugador de Europa y al auténtico heredero de MJ23.

En el banquillo estarán el Maestro Zen frente el “Doctor” que curó para siempre el alma perdedora de una franquicia cuyo orgullo representa todo lo que es el baloncesto: entrega, pasión, espectáculo y sobre todo: nunca saber que pasará en el instante siguiente.

 

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